VERANOS LEJANOS
Los alfares del rio aún penden
entre los almanaques de los desvanes
y los libros de cuero malteado.
Los pajares ocultos y dulces
de sueños de trapo y palomas
evocan veranos de huertas y hortalizas,
de enredaderas azules,
de avispas agresivas y alevosas,
de balsas con libélulas y zancudos.
Los corderos triscando en la huerta
dan albura a las radios emitiendo acordes
bajo el mediodía de los parrales.
Nosotros aún construimos
cañoneras de hojas de cañaveral,
albahacas de agua y aire,
nidos de golondrinas
con chaqué y parloteo.
Eran días de sol de justicia a la una de la tarde,
de acequias desbordantes
con burbujas y encajes blancos.
Y sobre todo, cuerpos de tersuras
coronados de pámpanos y laureles,
de frutas enervantes,
de ojos enardecidos
donde la llama azul del lúbrico sexo
buscaba - por los aires, por los geranios,
por los rosales- terciopelos, sedas satinadas,
rozar de colchas negras.
Se tornaban los días, largos,
las noches, constelaciones
de estrellas y polillas y jazmines
sobre las ansias latentes de la duermevela
en el esplendor de la vía láctea.