Amanece el recuerdo que de ti va imponiendo
la mañana reciente y el insomnio cercano.
El sonido imperante clamor es de esos vientos
-de tus ojos, tus labios, de tu risa, tus manos-
que se tornan dolores al menor centelleo
y en las nieves heladas del olvido llevamos,
con las carnes heridas, transparentes del tiempo,
que nos cambia por siempre para ser el pasado.
Con doler hasta duele el mismísimo aliento,
y esos labios de ayer, donde inclínase en vano
la existencia en que estamos, trae al fin dulce verso
del antiguo, sereno - y aún doliente- canto.
Amanece el recuerdo, pero ya se apacigua
el dolor: queda sólo malquerencia, luz, día.
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