SAMARITANO
El corazón es un chamizo
donde hay goteras, oigan.
No me encharquen con llantos.
Pongan al sol sus lirios.
La lágrima se transfigura,
busca una sombra en que apoyarse,
y el curso de la vida paz requiere
donde crezcan hierbas y flores humildes.
Comprendan mis pesares:
soy buen samaritano.
Compréndanme:
las ultimas lagrimas enjugadas
a otras ajenidades,
aún me tienen en el pozo,
el agua al cuello.
Dejemos al macizo de flores silvestres
crecer inadvertido y silencioso.
Dejemos a la risa adulta del olmo
subir con las alúas tras la lluvia.
Tratar que las brumas negras del llanto
sean boyas de lenguas cercenadas
es mala cosa: reúne malos presagios,
pone cuadros horrorosos en la pared,
hace pudrir rodajas de naranjas en los bolsillos
y que el pan ácimo con la hiel
sea todo posible alimento.
Recuerden: soy buen samaritano.
Yo, sentado a mi puerta, meditabundo,
solo apagué una sed de grillos
en una parábola de brocal y pozo
con un cuenco de calabaza.
Por premio, solo los gallos,
cada aurora, entonan cantilenas
con frugal displicencia en su mirada.
Aún se recuerda en el sanedrín
mi apego a pecadores y pordioseros.
Ahí tienen la taza, sírvanse largo,
cuanto consuelo quieran, abusen;
no se les tendrá en cuenta.
Soy buen samaritano:
dejen que se seque la herida
que amargamente se compadece
de compadecer.