EL CLOWN DEL SOLLOZO
Tu animal sollozante en la alameda de la compasión
no escala en trinos, solo arrastra su lagrimal
como silbido de serpiente.
El campo abierto sonríe ante tu tragedia
y con burla incrédula se marcha con todo el que pasa,
con la actitud típica del que arroja
uvas secas al estercolero
donde hocen las tristes rabias que denigran.
Decoloras tu traje, le vas poniendo verdes tréboles
donde las torres y las cúpulas
levantan por momentos
un mausoleo lleno de llamas trémulas.
Puede que entres de puntillas
en los regatos de musgos y juncos,
mas no disuelves ningún dolor:
los dolores son piedras de tu piel,
no tienen sombra, y puedes
anegarte hasta la media pierna de la pena.
A pesar del encharque
-¡Tanta lagrima! ¡ Tanto sollozo!
¡Tantos derrumbes, tanto escombro,
tanto cielo compungido! ¡Tanta lata!-
un olivo de arbequina
tímidamente apunta al cielo
con tus harapos tendidos, expuestos
como incordio de un clown
que representa su postrer repertorio
de risueñas y tiernas gracias.